Mientras Alemania y el Reino Unido están redefiniendo las normas europeas para el cannabis medicinal, Francia y España siguen encerradas en marcos reguladores engorrosos y fragmentados. El contraste es aún más llamativo si se tiene en cuenta que estos dos países se encuentran entre los mayores mercados potenciales -casi 5 millones de usuarios anuales en España y más de 5 millones en Francia- y cuentan con importantes activos en términos de investigación clínica y capacidad farmacéutica.
En Francia, cinco años de experimentación han dado como resultado el tratamiento de menos de dos mil pacientes activos; en España, a pesar de la decena de empresas autorizadas, no ha surgido ningún mercado nacional antes de la reforma anunciada para finales de 2025.
Como señala el Informe sobre el mercado del cannabis en España 2025, el país ya ha exportado más de 22 toneladas de flor medicinal en 2025 mientras sigue sin poder atender a sus propios pacientes. Ni a Francia ni a España les faltan competencias o infraestructuras; son sus modelos restrictivos los que impiden que su capacidad industrial se convierta en un verdadero mercado a gran escala.
La convergencia restrictiva de los modelos francés y español frente a una Europa que se abre
Mientras Alemania y Reino Unido han construido modelos de acceso basados en una amplia disponibilidad en farmacia, variados formatos incluida la flor inhalable, y telemedicina y servicios de telefarmacia que agilizan el recorrido del paciente, Francia y España han optado deliberadamente por marcos de control diseñados principalmente para asegurar el proceso normativo, y sólo entonces permitir el acceso.
En Alemania, esta arquitectura abierta ha llevado a una adopción masiva del cannabis medicinal:más de 160 toneladas importadas para 2025, miles de pacientes monitorizados a distancia y un mercado donde la inhalación -esencial en el tratamiento del dolor agudo- está regulada.
Ciertamente, el modelo alemán y británico presenta un riesgo: una concentración demasiado elevada de las prescripciones en unas pocas plataformas privadas, lo que suscita críticas por posibles abusos. Pero este modelo ha permitido una transición rápida para los pacientes que antes se automedicaban: ahora tienen acceso a un seguimiento clínico estructurado.
En cambio, Francia y España han construido sistemas cuya prioridad es el control institucional, a menudo influenciado por las preocupaciones de las fuerzas de seguridad -de ahí la estricta exclusión de la flor, a pesar de su uso clínico documentado en otros países.
Esta elección contrasta aún más con los resultados observados en los dos países: los datos del experimento francés muestran un perfil de seguridad notable, con sólo 86 acontecimientos adversos significativos y menos de 20 hospitalizaciones – a pesar de que el programa trata indicaciones graves: dolor neuropático (60% de los pacientes activos), esclerosis múltiple, epilepsia, cáncer o cuidados paliativos. España adoptará indicaciones similares, con una definición más amplia del dolor crónico.
La otra gran diferencia reside en la arquitectura del acceso. En Francia, se han formado más de 2.200 profesionales, entre ellos cerca de 1.000 farmacéuticos dispensadores, lo que ha permitido una evolución progresiva del modelo inicialmente centrado en los hospitales: en 2025, el 53% de la dispensación se hará ya en farmacias de ciudad, señal de que el ecosistema busca expandirse. España, por su parte, sigue siendo un modelo aún más cerrado: prescripción sólo en hospitales, dispensación reservada a las 353 farmacias hospitalarias, y una incapacidad estructural para movilizar la red de farmacias -lo que dificulta un rápido crecimiento y supone un gran reto para los ya saturados hospitales.
Por último, los dos países comparten una limitación adicional: una arquitectura de acceso dependiente del registro de los productos, aunque las estructuras reglamentarias sean muy diferentes : Francia opera con productos terminados, suministrados directamente en su forma farmacéutica; mientras que España impone un modelo mistral, en el que el farmacéutico prepara cada producto en la dosis determinada para un paciente concreto.
En ambos casos, la obligación de‘registrar cada productoalinea estos sistemas con los modelos más restrictivos de Europa, como los de Polonia o Ucrania, en contraste con mercados abiertos como Alemania o Reino Unido, donde el simple cumplimiento de las normas farmacéuticas es suficiente para acceder al mercado, sin necesidad de un dossier farmacéutico completo para el registro del producto, lo que facilita la entrada de nuevos proveedores.
Estos marcos restrictivos tienen ciertamente ventajas: una fuertelegitimidad clínica, un sólido seguimiento farmacéutico y la posibilidad de integrar el reembolso público a medio plazo, una gran diferencia con respecto a los modelos alemán o británico, donde la mayoría de los pacientes pagan de su bolsillo. Pero los sistemas francés y español están aún lejos de poder responder a las necesidades reales, estimadas en varios cientos de miles de pacientes en cada país. Los gráficos de la experiencia francesa ilustran perfectamente esta asimetría: tras cuatro años de esfuerzos, sólo quedan 1.683 pacientes activos. En España, el mercado aún no ha comenzado: no habrá recetas hasta el segundo semestre de 2026, a pesar de que el país ha exportado más de 22 toneladas de cannabis medicinal hasta septiembre de 2025.
En resumen: donde Europa avanza hacia modelos abiertos, multicanal y centrados en el paciente, Francia y España siguen estructurados como si el principal riesgo fuera el propio acceso – y no la enfermedad que se supone que estos tratamientos alivian.
Paradojas de un desarrollo inacabado: vincular industria, pacientes y sistema sanitario
Aunque Francia y España comparten un modelo de acceso restrictivo, sus trayectorias industriales son muy diferentes – pero convergen hacia el mismo bloqueo: la incapacidad de vincular la capacidad productiva real a un mercado interno funcional. Sin embargo, ambos países cuentan con ecosistemas dinámicos: en España, cerca de 70 empresas activas en el segmento medicinal representan 148 millones de euros en activos, concentrados en unos pocos proyectos a gran escala: varias hectáreas de cultivo en invernadero, plataformas de extracción, irradiación, procesamiento e infraestructuras EU-GMP.
En Francia, a pesar de la falta de producción nacional en experimentación, está surgiendo un sector soberano: Overseed, que ha recaudado más de 8 millones de euros, Chenevia o DelleD-La Fleur buscan estructurar una cadena de valor nacional capaz de abastecer el mercado nacional y orientarse a la exportación. Así que no es la ambición industrial lo que falta, sino el marco para conectarla con el acceso real.
España ilustra esta paradoja de forma especialmente llamativa. El país cuenta con una infraestructura farmacéutica avanzada, pero su industria se centra casi exclusivamente en la exportación. Según el Informe sobre el mercado del cannabis en España 2025, en 2025 se exportaron más de 22 toneladas de flores medicinales… mientras que solo 8 toneladas proceden del cultivo nacional. Las 14 toneladas restantes corresponden a operaciones de reacondicionamiento, extracción de biomasa o irradiación para control microbiológico, previas a la reexportación a Portugal, Alemania, Reino Unido o Suiza.
Dos de cada tres productos exportados por España, por tanto, nunca han sido cultivados en su suelo. Este modelo, cercano al de un hub farmacéutico integrado, ofrece un potencial evidente -formulación, desarrollo de nuevos formatos, ensayos clínicos, análisis, servicios regulatorios-, pero también expone al país a una dependencia extrema de los volátiles mercados exteriores, como demuestra el reciente bloqueo portugués vinculado al endurecimiento de las normas de información y autorización, o como ilustran las tensiones en torno a la cuota de importación alemana, o el desabastecimiento de dronabinol de 2023-2024, que provocó el deterioro clínico del 86% de los pacientes afectados.
Francia, por su parte, cuenta con un denso tejido farmacéutico, una potente red de farmacias y un ecosistema de start-ups creíble, pero estos activos siguen desconectados del mercado real. Toda la experimentación depende de las importaciones, sujetas a incertidumbres geopolíticas y logísticas. Esta fragilidad estructural se ve agravada por la persistente inestabilidad política: disolución parlamentaria, caída del gobierno, sucesivos aplazamientos, retraso del TRIS y ausencia de un calendario de implantación.
Los pacientes siguen en un sistema transitorio, lo que amenaza el acceso de casi 1.500 personas si el marco no se aprueba antes de 2026. A pesar de las inversiones de la industria, la incertidumbre estatal obstaculiza la consolidación de un sector soberano.
La CBD actúa como una revelación más de esta incapacidad para regular lo que toleramos. En Francia, la sentencia del Conseil d’Etat de 2021 había estabilizado el sector, permitido la apertura de cientos de tiendas y legitimado la venta en estancos. Sin embargo, el proyecto de ley de finanzas de 2026 pretende re-centralizar el mercado en el monopolio de los estancos y aplicar un impuesto del 26%, amenazando la competitividad de la industria, el empleo y la accesibilidad de los consumidores, una paradoja para un producto no narcótico ampliamente utilizado para el bienestar y que va a ser incluido en la PAC.
En España, la situación es aún más incoherente: ausencia total de regulación, jurisprudencia restrictiva desde 2021 para los productores, prohibición no oficial de venta en estancos, distribución minorista no regulada. Una regulación similar a la del tabaco (restricción a menores, control de calidad) podría mejorar la situación. Sin embargo, es esencial mantener una fiscalidad baja y autorizar la distribución a través de tiendas independientes y plataformas en línea.
Al final, tanto Francia como España muestran la misma limitación: un sector industrial que progresa, un uso social masivo, pero un Estado incapaz de construir un mercado de acceso estable, legible y coherente. Mientras no se construya este vínculo entre la industria, los prescriptores y los pacientes, ninguna de las dos naciones podrá pretender desempeñar un papel importante en la arquitectura europea del cannabis medicinal.
El potencial para un papel protagonista en Europa requiere reformas estructurales
Francia y España tienen muchos elementos de liderazgo europeo: experiencia clínica, infraestructura farmacéutica, industria exportadora, ecosistemas innovadores y un mercado potencial que supera los diez millones de usuarios entre los dos. Casi uno de cada tres europeos que consumen cannabis vive en uno de estos países.
Sin embargo, sus modelos de acceso -diseñados para tranquilizar a los reguladores más que para servir a los pacientes- producen sistemas tan restrictivos que siguen siendo incapaces de absorber la demanda real, desconectados de la dinámica europea de ampliación del acceso. Para salir de esta paradoja, ambos países deben aprovechar sus puntos fuertes, pero pasar de un modelo de limitación a otro de integración, en el que industria, prescriptores y pacientes formen finalmente un sistema coherente.
La primera necesidad urgente es abrir el acceso más allá de los centros de referenciay normalizar la prescripción. Esto significa integrar plenamente las farmacias comunitarias, permitir la telemedicina en un marco seguro y adaptar los procedimientos de adquisición para introducir formatos que sean realmente útiles en la clínica, incluidas las formas inhalables que actualmente están excluidas, aunque sean cruciales para determinados dolores y síntomas agudos.
Es igualmente esencial asegurar el upstream industrial. Ambos países necesitan mantener un marco estable para la producción nacional, apoyar el registro de nuevos productos, hacer viables la experimentación a gran escala y los estudios observacionales, y armonizar los requisitos de calidad para mitigar la volatilidad de los mercados internacionales. Una base clara y predecible para los productores -ya sean exportadores o estén en fase de crecimiento- es esencial para garantizar el suministro a los pacientes, en lugar de seguir exponiendo el sistema a la escasez o a arbitrajes políticos a corto plazo.
El camino a seguir es claro: construir un acceso amplio, farmacéutico, controlado, pero realmente funcional. Sin ello, Francia y España seguirán produciendo una paradoja estéril: conocimientos abundantes, una industria de alto rendimiento, millones de usuarios… pero ningún mercado. En una Europa que converge rápidamente hacia modelos más maduros, ahora sólo tienen dos opciones: reformarse a fondo o dejar que otros definan las normas del cannabis medicinal para la próxima década.
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