El cannabis en los Países Bajos

El Bulldog cumple 50 años

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En 1975, en 90 Oudezijds Voorburgwal, un pequeño sótano del barrio rojo de Ámsterdam se convirtió silenciosamente en el epicentro de un cambio cultural global. Cincuenta años después, The Bulldog ya no es sólo un coffeeshop: es un símbolo, una marca y un punto de referencia en la historia de la cultura del cannabis. Su aniversario es una oportunidad para echar la vista atrás y ver cómo una dirección ayudó a dar forma a un enfoque típicamente holandés de la tolerancia, el espíritu empresarial y la vida urbana.

De Zeedijk a monumento cultural

La historia del Bulldog es inseparable de la de su fundador, Henk de Vries, un niño del barrio de Zeedijk. Mucho antes de que existiera la cafetería, el barrio ya era conocido por su intensidad: marineros, trabajadoras del sexo, pequeños comercios y economías informales convivían en un denso ecosistema urbano. De Vries creció allí y nunca se fue.

«Sigo estando orgulloso y feliz de ser un chico del Cedijk», recuerda, describiendo un barrio rudo pero profundamente social, donde todos se conocían y donde ayudarse era una necesidad más que un eslogan.

Este contexto inspiraría más tarde la filosofía del Bulldog: ni un club ni una tienda, sino lo que de Vries sigue llamando hoy «la sala de estar de Ámsterdam».

1975: el nacimiento del primer Bulldog

La transformación comenzó cuando de Vries heredó la propiedad de su padre en n° 90 Oudezijds Voorburgwal, que albergaba un cine y un sex shop. Incómodo con el negocio y los compromisos que exigía, tomó una decisión radical. Según cuenta él mismo, cogió las existencias que le quedaban y las tiró al canal, declarando: «No quiero ganarme la vida así»

Inspirado por sus experiencias pasadas y las reuniones informales en torno al cannabis, decidió abrir un espacio donde la gente pudiera consumir y comprar cannabis abiertamente. En noviembre de 1975, Bulldog nº 90 abrió oficialmente sus puertas.

La idea era sencilla pero revolucionaria: vender cannabis en el mostrador, sin secretos ni trastienda. «Este es nuestro salón. Aquí sólo vamos a hacer lo nuestro con el cannabis», dijo de Vries sobre el debut.

En los años 70, Ámsterdam distaba mucho del modelo regulado que vemos hoy. La venta de cannabis no era ni legal ni tolerada y The Bulldog se convirtió rápidamente en un punto álgido para las fuerzas del orden. Las redadas policiales eran constantes, a veces varias veces al día. Se multaba a los clientes, se confiscaban los productos y se registraba regularmente al personal.

Sin embargo, la cafetería sobrevivió gracias a la improvisación y la lealtad de la comunidad. Los sistemas de alerta, los escondites y una notable cultura de la clientela convirtieron la represión en resistencia. De Vries recuerda que los clientes solían volver poco después de las redadas, con las multas en la mano, dispuestos a sentarse de nuevo.

Estos enfrentamientos ayudaron a dar forma a lo que más tarde se convertiría en la gedoogbeleid holandesa, la política de tolerancia que formalizó la separación entre el cannabis y las sustancias más duras. Para de Vries, esta línea divisoria siempre ha sido innegociable: «Soy alguien a quien le gusta el cannabis… pero todo lo que vaya más allá está fuera de discusión»

Un lugar de encuentro único

Lo que realmente diferenciaba a The Bulldog No.90 no era sólo lo que vendía, sino la gente que cruzaba sus puertas. Locales, turistas, trabajadoras del sexo, funcionarios, artistas y traficantes se encontraban en el mismo espacio. De Vries recuerda momentos que parecían imposibles en otros lugares: «Diez minutos después, por ejemplo, entró otra prostituta… entró en el sótano y también se fumó un porro»

Esta mezcla social estaba en el corazón de la identidad del coffeeshop. En un barrio abandonado, ofrecía seguridad, calidez y neutralidad. En palabras de De Vries, era «el primer lugar de descanso, el refugio seguro en un desierto del Voorburgwal».

La identidad visual de la cafetería también desempeñó un papel crucial en su desarrollo. El mural psicodélico pintado por Harold Thornton, también conocido como Harold Kangaroo, transformó el edificio en un local icónico mucho antes de que el turismo cannábico se convirtiera en un concepto. Los colores brillantes, los gráficos atrevidos y el ahora icónico logotipo del bulldog hicieron que el No 90 fuera reconocible al instante.

Esta visibilidad no fue casual. En una ciudad caracterizada por patios ocultos y calles estrechas, The Bulldog se negó a ser discreto. Se exhibía como parte integrante de la calle, de la historia del barrio y de la imagen de Ámsterdam en el extranjero.

De un sótano a una marca mundial

Cincuenta años después, The Bulldog Amsterdam se ha expandido mucho más allá de su sótano original. Coffeeshops, bares, hoteles, mercancía y The Bulldog Seeds llevan ahora su nombre por todo el mundo. Sin embargo, de Vries insiste en que esta expansión nunca ha estado impulsada por una ambición abstracta. «Sólo he abierto negocios en los que me sentía cómodo como persona», explica, describiendo lugares elegidos por afinidad personal más que por pura estrategia.

A pesar de su tamaño, la historia de los orígenes de la marca sigue conformando su ética: independencia, rechazo de alianzas criminales y distancia de la financiación institucional. De Vries señala que nunca tuvo acceso a los servicios bancarios tradicionales, un recordatorio de que ser pionero suele tener un coste personal.

«De lo que estoy más orgulloso es de mis hijos», dice de todos modos, antes de reconocer el impacto más amplio de lo que empezó en aquel sótano. Un lugar donde personas de toda condición se sentaban juntas, respetaban los límites y compartían un momento de calma.

Medio siglo después, The Bulldog sigue siendo lo que fue en sus inicios: un espejo de las contradicciones de Ámsterdam y un recordatorio de que el cambio cultural a veces empieza con nada más que una habitación, un porro y la negativa a hacer las cosas a la antigua usanza.

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